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Principio de Causalidad: Toda acción nace de una causa. Crear consecuencias provocando las causas adecuadas es controlar la propia existencia. El arte de moverse con voluntad en la espiral del caos.

domingo, 12 de septiembre de 2010

La Bruja del bosque



Con paso triste y descuidado, arrastrando pesadamente sus piernas más por la
falta de voluntad que por las várices que ramifican sus piernas, se deja ver
cada día en lo más profundo del bosque, la vieja bruja Elvira. Nadie se atreve
jamás ni tan siquiera a permanecer cerca de ella, corren los rumores por el
pueblo de que esa servidora del demonio es capaz de hacerle pudrir el corazón
a cualquiera que ose verla directamente a los ojos, y ni que decir del
espeluznante destino que sufren los niños que se acercan sin darse cuenta al
jardín de su vieja cabaña, internada en los riñones mismos del frío bosque.
Cada mañana su rutina jamás se ve interrumpida, con un pequeño costal al
hombro, camina por todo el boscaje en busca de sus hierbas medicinales. Aún
en los días de invierno en donde cada árbol se abriga con la blanca ceniza del
cielo, cuando la apariencia de cada rama y de cada tronco se vuelve siniestra,
aún cuando la deprimente neblina crea ilusiones quebrando los frágiles rayos
de luz y mostrando cosas que no están, la bruja del bosque recoge leña que
posiblemente no podrá hacer arder.

Su aspecto no es nada agradable tampoco, la piel de su rostro parece que
cuelga libremente de sus huesos, su larga y torcida nariz, tan solo va en
aumento de las profundas ojeras que mas parecen platos, y que dejan al
descubierto sus pequeños ojillos carentes de viveza. Largas y gruesas telas
podridas ayudan a esconder su deforme figura, encorvada por la presencia de
una sublime joroba brotada en la parte superior de la espalda. Aún con todo
esto, Elvira no utiliza bastón alguno para asegurarse al caminar, sus manos
con dedos y uñas largos como tentáculos, reposan casi siempre de forma
humilde en la base de su abdomen. Es verdad que al apreciar semejante
rareza de persona, no se sabría con facilidad y sentir lástima o miedo.

A pesar de su horrible figura, la bruja se esmera siempre por mantener limpia y
alegre su cabaña, el jardín mencionado con anterioridad, la mayor parte del
año se encuentra impregnado con el aroma floral de las muchas rosas y
margaritas que alegran esa pequeña parte del sombrío follaje, invitando a los
pequeños colibríes y elegantes mariposas de todos los colores, a formar parte
del cuadro único que da un poco de felicidad a la pobre bruja del bosque. Y
también, aunque de madera vieja es su choza, la gran cantidad de adornos
multicolores colocados en apariencia metódica, y el sonido que provocan las
piedras metálicas que cuelgan del techo al chocar por causa de la brisa,
mantienen un ambiente sereno y suave, pero a la vez nostálgico.

El paso del tiempo parece no hacer huella en la vida de la anciana, al menos
no en su espíritu, o tal vez sea que el pasar de las horas y de los días, ya no
tiene del todo sentido en su monótona existencia. Parece como si cada jornada
fuese la misma, desde el despertar del alba hasta la funesta caída del manto
nocturno, ella hace de su vida lo mismo, simplemente existir.

Mientras andaba una tarde ya de regreso, Elvira recordó de forma tranquila,
como ya hace varios años no hablaba con ninguna persona, todos
verdaderamente huían al verla pasar con su lento caminar en cualquier lugar
del mágico bosque, ya ni siquiera intentaba acercárseles, desde la última vez
que lo intentó, juró no hacerlo mas. En aquella oportunidad, un niño más que
un joven, jugaba alegremente con su perro cerca de un claro entre las espesas
ramas, al observarlo, su corazón también saltó de gozo, era tan tierno, sus
labios se curvaban tan perfectamente, y sus risas hacían que la tristeza del
bosque se esfumara.

No lo pensó dos veces, se apresuró a sacar algo de su desdeñado saco y se
aproximó lo mas rápidamente que pudo hasta donde estaba la criatura,
mostrando también una alegre mueca que podría interpretarse como una
sonrisa, el niño quien no se había percatado de la sombría presencia, al ver
acercársele esa fea figura, soltó un grito que se esparció por toda la vegetación
reinante del lugar, al mismo tiempo que, temeroso pero desafiante, su perro
lanzaba sonoros ladridos amenazando a la viaje bruja, mientras esta intentando
calmar al niño, hacía gestos con sus nerviosos brazos y le ofrecía el dulce que
había sacado de su saco. Desde luego el niño no entendió sus intenciones y
salió corriendo con su fiel amigo siguiéndolo.

Esa vez, la bruja del bosque quedó desconcertada, se guardó el dulce y
continúo su andanza.

Siempre solitaria -tal vez debería tener una mascota también- pensó en ese
momento.

Ya de regreso en su hogar, y después de recordar aquel suceso lamentable,
Elvira se dejó caer sobre una pequeña mecedora cerca de la chimenea
fulgurante. No pasó mucho tiempo antes de que la dominara el sueño, estaba
bien dormir un poco, ya podría al día siguiente salir a buscar más troncos secos
y plantas.

Descansó entonces como siempre, la solitaria y triste bruja del bosque.

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