...

Principio de Causalidad: Toda acción nace de una causa. Crear consecuencias provocando las causas adecuadas es controlar la propia existencia. El arte de moverse con voluntad en la espiral del caos.

lunes, 28 de marzo de 2011

Cuento de Amor

Suaves gotas de lluvia eran las lágrimas del triste atardecer desteñido, todo el
lugar empezaba a verse cada vez menos, mientras el frío y la niebla
penetraban en cada árbol, en cada planta, en cada rincón del pequeño valle
oculto entre las montañas. Preparaban el arribo de la penumbra, que duraría
hasta que el sol tomara su carruaje nuevamente y ya descansado, iluminara
con vida todo lo existente.

Ahí, en el pobre camino, pegado a la ventana del automóvil en movimiento, un
alma deprimida y melancólica yacía atrapada dentro de un cuerpo afligido con
un mal incurable por cualquier medicina, con una pena proveniente de lo más
profundo de su corazón, de su pensamiento; el mal de no encontrar alegría en
la vida. Mientras el paisaje pasaba ante sus ojos pensaba, porque era lo único
que no podía dejar de hacer, ocultarse dentro de sí mismo era la mediocre
solución que había encontrado para no ser abrumado por el lento y lastimero
pasar del tiempo. Ahora también pensaba…

- Hemos llegado- dijo el padre- todos abajo, hay que desempacar antes de que
anochezca.

La familia bajó rápidamente del automóvil, y antes de que los grillos empezaran
su cantar, todos estaban inspeccionando las instalaciones de la vieja casa,
escogiendo que habitaciones tomaría cada quien. La más grande para papá y
mamá seguramente, las dos hermanas compartirían estancia, y Lucas podría
acomodarse en cualquier otra, la verdad no le importaba mucho. Estaba de pie
en el pasillo con su equipaje en la mano, inmóvil, pensativo… como siempre.

-¡Vamos hermano anímate! Estas vacaciones deben ser geniales.- dijo una de
las chicas mientras pasaba corriendo frente al él

Ya todos se habían acostumbrado a la pasiva y deprimente actitud de Lucas,
hace mucho que ya sus padres no intentaban remediar lo que fuera que
oprimiera la alegría de su hijo. Simplemente procuraban que tuviera todo lo
necesario, y ya que Lucas seguía asistiendo al colegio, no había mayor
problema con su comportamiento. Pero una persona si se inquietó por el
muchacho de pie en el pasillo, era una vieja anciana que vivía y cuidaba la
casa todo el tiempo, y era la que se encargaba de recibir y atender a
visitantes, como los presentes.

-Joven, joven. ¿No sabes cual habitación escoger?- dijo acercándose, y con
voz ronca la anciana.

-No se preocupe señora, cualquiera está bien para mí, solo espero que mi
familia se acomode para saber cual cogeré yo.

-Um…-la anciana pareció dudar de las palabras de Lucas- No es bueno que un
chico tan joven como tu, no tenga la ambición de escoger la habitación que
mas le agrade, debes siempre decidir que es lo que quieres en la vida, y una
vez hecho eso, luchar por alcanzarlo.

Y sonriendo, lo tomó del brazo y lo sacó del pasillo llevándolo escaleras abajo,
cruzaron la cocina y llegaron a un pequeño aposento en la parte trasera de la
vivienda.

-Ya que no sabes decidir, deja que esta vez yo escoja por ti, quédate en este
cuarto, es mas acogedor que lo otros, y se oye el sonido de la lluvia, puede que
te ayude a conciliar mejor el sueño, y además… quien sabe.

Y dicho esto, la anciana lo dejó a solas dentro de esas cuatro paredes, Lucas
pensó que no estaba mal permanecer ahí, por lo que desempacó y pronto
acudió al comedor con el resto de la familia.

Al día siguiente, muy temprano todavía, Lucas fue despertado por el ruidoso
sonido de un colibrí intentando entrar por la ventana. No debían ser más de las
cinco, pero ya no podría volver a dormir. Se acercó y miró por el cristal, un
hermoso jardín de rosas rojas y blancas, salpicado por margaritas tan coloridas
como el sol y dalias tan grandes como platos, un césped verde y vivo bañado
por los pétalos de las rozas al caer, y pequeños olivos un poco descuidados,
era la imagen que se dibujaba desde el cristal. Lucas como queriendo apreciar
mejor, abrió la ventana, dejando que el frió pero limpio aire mañanero golpeara
su rostro aún adormilado, mas colibríes y otros pequeños pájaros danzaban
entre las flores y el césped del pequeño jardín. Sus cánticos por alguna razón
hicieron que Lucas por una mañana al menos no pensara…

No tardó en decidirse y salir para caminar un poco por el jardín, aún faltaban al
menos unas tres horas para que su familia despertara, y después de todo, no
tenía otra cosa que hacer. Siempre con su semblante triste, miraba de cerca
las coloridas rosas, y se entretenía asustando a los pajaritos que necios se
seguían acercando a las flores a pesar del intruso que había aparecido.

Pronto notó que las hileras de rosas hechas de forma descuidada, formaban un
camino que se adentraba entre la vegetación mas salvaje que rodeaba la casa.
Con curiosidad por saber a donde lo llevarían las flores, caminó entre los
matorrales, cubriéndose el rostro con un brazo y apartando la maleza con el
otro. Casi sin darse cuenta, los árboles y ramas altas quedaron atrás después
de un poco caminar. Y lo que ahora veían sus ojos era otro aún más hermoso
oasis de flores y colores, atravesado por un pequeño riachuelo que descendía
de una mini catarata, y rodeado por una pequeña loma, el lugar era un valle
dentro del gran valle montañoso. Su armónica hermosura era singular, y los
débiles rayos de luz que empezaban a calentar la tierra parecían contribuir más
al encanto extraño del lugar.

Mientras aún apreciaba el agua del riachuelo moviéndose, Lucas escuchó unos
pasos que provenían de entre la maleza. Y una figura de pronto se dejó ver.

-¡Ah, Me asustaste!, nunca pensé ver a alguien por aquí tan temprano en la
mañana. Ahhhh ya está. ¡Buenos días entonces!

Lucas respondió de inmediato –Disculpa no quería asustarte. Buenos días. Yo
soy Lucas, y estoy de vacaciones en la cabaña de aquí cerca- Era una chica
con quien hablaba, una dulce muchacha vestida con un vestido floreado y un
sombrero de ala ancha.

Muy temprano todavía, Lucas fue despertado por el ruidoso sonido de un colibrí
intentando entrar por la ventana. No debían ser más de las cinco, pero ya no
podría volver a dormir. Se acercó y miró por el cristal, un hermoso jardín de
rosas rojas y blancas, salpicado por margaritas tan coloridas como el sol y
dalias tan grandes como platos, un césped verde y vivo bañado por los pétalos
de las rozas al caer, y pequeños olivos un poco descuidados, sí, esa era la
imagen que permanecía en el cristal desde ya hace tantos años.

Se levantó entonces Lucas sin más remedio, ese sería el último día, la hora de
la despedida final, su querida, su amada Lidia desaparecería de su lado para
siempre. Lucas se mudó y puso los zapatos con un nudo en la garganta, y con
el corazón lagrimoso por sentir tanta pena. Parecía que el día se acoplaba al
sentir del pobre hombre, ya que el sol parecía palidecer ante la espesa neblina
de esa mañana.

El jardín que miró por primera vez en su adolescencia, desde ese mismo
cuarto, permanecía igual de vivo a pesar de los años. Claro, Lucas se había
encargado de cuidarlo todo este tiempo, sino de forma personal, siempre
procuró que alguien velara por su mantenimiento. Las flores, las aves, todo eso
le recordaba a Lidia, tanto le gustaban. Atravesó con alma oscura ese jardín,
Lucas camino al pequeño oasis en medio del gran valle, el pequeño valle
dentro del valle en donde había conocido a Lidia, y donde ahora la despediría.
Al llegar, lo esperaba todo el solitario paisaje, el pequeño arroyo siempre de
agua limpia, el césped verde y mojado por el sereno, y los siempre sonrientes
retoños florales. Pero además, otro elemento estaba presente en el escenario:
una caja negra, del tamaño de una persona adulta, sostenida unos cuantos
centímetros del suelo por unos pequeños soportes. Su interior parecía lleno de
cientos de rosas blancas, pero solo guardaban la apariencia de eso, porque
realmente tan solo cubrían el verdadero contenido.

Se acercó Lucas a la caja, miró un instante el rostro que sobresalía sobre las
flores, y luego quitó la mirada. Tomó una pala, que estaba recostada al costado
de la caja y empezó a remover más que el césped verde del suelo, empezó a
cavar un hoyo en la tierra.

- Recuerdas cuando nos conocimos, fue una mañana como hoy, bueno, el sol
estaba mas alegre, ambos éramos jóvenes, niños casi. Yo, un joven deprimido
sin amor por la vida, y tú… tú irradiabas vida desde tu interior, tú mirada, tú
sonrisa, todo de ti era alegría y gracia.

Me cambiaste la vida Lidia, no, fuiste mi vida, yo he vivido hasta ahora por ti.
Como nos gustaba pasar las horas en este jardín mágico y secreto los dos,
sentados, mirando al cielo, juntos pero sin necesidad de tocarnos, sin tan
siquiera tomarnos de las manos. Simplemente bastaba con existir uno a la par
del otro en medio del melancólico paisaje. En verano como en invierno, yo
siempre disfrutaba de venir a verte. Hace mucho que dejé de preguntarme
porqué nunca nos vimos en un lugar a parte de este oasis. Soy un loco, y no sé
si todo lo que vivimos realmente pasó. Yo venía cada vez que podía de la
ciudad a estar contigo. Nunca fue necesario traer a nadie mas, nunca le hablé
a nadie sobre ti. Yo siempre fui feliz con poder verte en medio de este pequeño
lugar. Aquí jugamos, reímos, lloramos, nos besamos, ¡vivimos!
Pero eso se acabó, ahora cabo tu tumba, y lo hago en este mismo lugar,
porque este ha sido nuestro pequeño mundo, tú no encajarías en otra parte,
jamás intentaría llevarte a otra parte, debes descansar junto a las flores que
tanto de gustaban-

Terminó Lucas de cavar el hoyo, rodeado por la soledad del lugar, era el
momento de depositar a su amada, miró entonces la gran caja negra y dijo:
-No, no debes estar aislada de la tierra y de su vida- La tomó entre sus brazos
y la sacó del estrecho ataúd. Ingresó Lucas con cuidado en el hoyo que le
llegaba un poco más arriba de la cintura, y sosteniendo a Lidia en sus brazos la
contempló nuevamente, y por primera vez en toda la mañana, sus ojos se
humedecieron.

-Lidia… ¡Ay por Dios! ¿Porqué? Ya no podremos estar sentados uno junto al
otro sobre este suelo sagrado. ¿Y tu sonrisa? ¿Ya no la escucharé? Y ya no
estoy seguro de si pueda regresar a este lugar sabiendo que no estarás, pero
tampoco puedo dejar de venir porque mi alma se secaría. ¡Oh mi amor! Ya es
el momento.

Y con delicadeza, Lucas depositó el cuerpo en el negro suelo. – Ayer en la
mañana cuando vine a verte, y te encontré tirada en medio del rosal sin vida,
sabía que tenía que esperar hasta la mañana siguiente para hace esto. Pero ya
no quiero hacerlo, no quiero dejarte.-

Entonces Lucas acercó su rostro al de Lidia y la besó en los labios, recobró
fuerzas entonces para salir del hoyo sin ella y empezar a rellenarlo con tierra.
Pronto terminó, el trabajo estaba hecho. Y Lucas probablemente destrozado de
por vida. Se tomó un instante para mirar todo su alrededor, en cada rincón de
ese pequeño valle había un recuerdo de él junto a Lidia. La mañana avanzó
lentamente y Lucas permaneció de pie, casi inmóvil. Pero al fin soltó la pala de
sus manos y decidió alejarse no sin antes pensar y decir en voz baja:

-¿Ahora… que hago?-

miércoles, 9 de marzo de 2011

Mi dulce Jardín

Todo el día y cada noche, las flores permanecen felices. Siempre alegres, no les importa que las queme el sol, ni que las ahogue la lluvia, ni que las tinieblas las
cieguen.

Cada día cruzo el maldito jardín y escucho sus burlonas risas, todo lleno de color, tan lleno de vida.

¿Por qué las flores no lloran? ¿Por qué las nubes no se desasen? Es tan incómodo.

Atravieso rápido el floral para adentrarme en mi vacía habitación, sin luz, sin olor, sin dolor.

Siempre observo desde mi ventana el colorido y la alegría. Al caer la lluvia, los truenos me exaltan, pero ellas no parecen inmutarse, solo el viento a veces suele desmembrar en pétalos a esas burlonas egoístas.

Como me gustaría que las flores sangraran, o que lloraran tan siquiera.

Un día tuve una idea robada del viento, tomé todas las flores abiertas y hermosas del jardín, las llevé al interior de mi habitación, y las despedacé con mis manos; reía como demente mientras estrujaba esos colores entre mis dedos. Pronto toda la casa quedó repleta de esos felices cadáveres mutilados. Al fin ya no las escuchaba reír, al fin había silencio.

Cada día, todas las mañanas, miraba por mi ventana ansioso de que otra flor naciera, deseaba de manera obsesiva seguir estrujando flores.

Mi tranquilidad era más y más completa conforme más cadáveres coloridos
descansaban en mi piso. Su color opacándose por la falta de vida, su silencio, era gratificante.

Cada día y cada noche me sentía mejor, no me importaba la alfombra desecha de pétalos muertos que cubría cada rincón de mi habitación; casi puedo decir que era feliz, sin embargo ya había muchas flores muertas a mí alrededor. No podía dejarlas crecer en el jardín pero tampoco era coherente seguir bañándome en ellas.

Irónico fue que terminé llenando el suelo del propio jardín con sus propios frutos, pronto ese jardín copió la esencia de mi tranquila habitación, pero era distinto. Poco tiempo después, no sé si fue mi idea o realmente las flores nacientes empezaron a brotar en mayor cantidad, apareciendo sin descanso.

De día, de noche, siempre salían flores del maldito jardín, era tan cansado
matarlas a todas, se me entumían las manos de tanto estrujar,  y se me manchaban con el sucio color de sus cuerpos. Pero aún así no podía dejarlas reír de nuevo.

Recuerdo la vez que, agotado de tanto despedazar flores, regresé a mi tranquila habitación, mi acogedor y alegre hogar. Los pétalos muertos ya eran casi polvo, y en verdad había mucho polvo, entonces, flotando como mariposa, una roja flor ingresó libremente por la ventana, y cayó en el abrumador polvo, en la muestra arruinada que solían ser sus hermanas.

Una más que matar me dije, pero casi de inmediato me di cuenta de que ese pequeño retoño manchaba la superficie repleta de polvo, era como si estuviera llorando, como si estuviera sangrando.

Ese fue el momento, no sé si resultó ser coincidencia o fue una revelación. Quizás al pasar tanto tiempo entre ellas, la persona que más odiaba las flores, se convirtió en el ser que más las conocía; sin quererlo vivió siempre entre ellas, y al final, terminó comprendiéndolas.

Las flores no sangraban, porque las flores son la sangre viva de la tierra, son los estigmas evidentes de un llanto constante. Cada raíz de cada planta es una vena abierta y bombeante.

Porque la tierra necesita sangrar para soportar el dolor que le causa la existencia humana, porque la sangre es la muestra de la vida y la existencia.